Las velas en si no tienen ningún tipo de fuerza y poder por si solas, sin nuestra intervención consciente, son un objeto inanimado sin poder. No es lo mismo encender una vela, darnos la vuelta y dejarla quemar sola, sin más, que encender nuestra vela, centrarnos en nuestro propósito, visualizar, sentir, decretar o realizar alguna meditación. En este caso, nuestra energía quedará comprometida en su totalidad al propósito, añadiendo responsabilidad y compromiso, creando con esto, una mayor fuerza movilizadora para nuestros propósitos, dicho de otra forma, estaremos trabajando en unidad.
Cuando encendemos una vela, se establece una correspondencia entre su luz y la luz interior de quien la prende, por lo tanto, el ritual será una manifestación de lo que llevamos internamente.
La vela es una extensión de nosotros mismos y proyecta nuestra luz. Al encender el Fuego Sagrado, encendemos el fuego en nuestros pensamientos y deseos más profundos, encendemos nuestra zona de divinidad; el fuego simboliza entonces, nuestro fuego interno.
El fuego transmuta nuestra negatividad interior para poder entonces proyectar nuestra Luz al exterior, va quemando y transmutando por capas, y en la medida en que se va transmutando lo negativo, la persona se va Iluminando internamente y esta Iluminación se convierte en su fuerza interior para transformar su realidad.
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