Todos somos musicales. Cada persona posee en su interior este don; la música
nos ha rodeado y alimentado desde el momento en que fuimos concebidos: desde
los sonidos que nos llegaron a través de los líquidos amnióticos durante el
embarazo de nuestra madre hasta los rítmicos latidos de nuestro propio corazón.
La música y el ritmo son vida. La música es revitalización, y debería formar
parte consciente y activa de nuestras vidas, y no limitarse a escucharla o
utilizarla para llenar vacíos de silencio en nuestras vidas. Tenemos que darnos
cuenta de que la música encierra todas las maravillas y la clave de los
milagros de la vida: naturales y espirituales.
Las consecuencias de una elevada consciencia y la comunicación divina viven
en la música. Cuando se interpreta, la música continúa vibrando en el campo de
la energía mucho después de que el sonido actual se haya desvanecido de la
conciencia audible. Este fenómeno dice mucho sobre los efectos espirituales y
continuos de la música. Incluso plantea que la posibilidad de comunicar con lo
invisible es inconmensurable.
Lo que proporciona la fuerza o el impacto no es tanto el número de notas en
una escala concreta sino más bien su sucesión. La relación entre una nota y la
siguiente nos proporciona la clave para la utilización de la música en el campo
de la revitalización y para alcanzar estadios superiores de consciencia. Lo que
crea el impacto es el orden en que se ejecuta, junto al ritmo.
Determinadas combinaciones de tonos y ritmos proporcionan efectos
específicos a nuestros estados físicos, emocionales, mentales y espirituales.
El orden y ritmo de los tonos, así como la mezcla de éstos en diversas
melodías, constituye una fuente de magia. Podemos aprender a combinar tonos
vocales o instrumentales – para vincular las energías del cuerpo. Podemos
hacerlo para llegar con más facilidad a la revitalización, a la intuición, al
sueño de la iluminación, a la comunión con nosotros mismos y el cosmos.
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