Puede que nos parezca muchas veces que esperar un momento más nos hará explotar, aprender a esperar es un don. Aunque parezca que no está pasando nada, en un nivel más profundo se están produciendo grandes cambios. Y cuando el resultado de esos cambios se despliegue finalmente, necesitaremos estar muy presente para recibirlo, centrados y en calma.
El tipo de progreso que está teniendo lugar ahora es invisible, y está guiado por un poder mayor que el nuestro. Anticipándose a cualquier progreso externo visible, la vida nos está dando tiempo para nutrir nuestra fortaleza interna y prepararnos para lo que va a llegar.
El don de La Espera que ahora se nos ofrece, si podemos recibirlo, fortalecerá nuestra habilidad de aceptar y apreciar «lo que es» aquí y ahora. Cuando se presenta un tiempo de “espera” se hace necesario el trabajo interno o la práctica personal que nos prepara para dar nacimiento a lo nuevo. El requisito más importante es nuestra voluntad de apartarnos del deseo de empujar los acontecimientos. Eso significa suspender los planes y las fantasías para el futuro y conscientemente traernos de vuelta al momento presente una y otra vez.
En toda transformación debe haber tiempo para desarrollar la fortaleza interna, aun cuando la duración de ese tiempo no coincida con lo que pensamos que debería suceder. La maduración que se está produciendo requiere que esperemos con confianza, a pesar del hecho de que no hay claras indicaciones con respecto a cuándo sucederán las cosas. Está en marcha un proceso profundo dentro de nuestro propio ser, que debe ser completado antes de que puedan producirse cambios externos.
La vida no está yendo ahora contra nosotros; de hecho, nunca va contra ninguno de nosotros. Se nos reta de miles y miles de maneras a lo largo de toda nuestra vida para que descubramos un «Si» sincero a lo que la vida nos provee. Pero esto requiere madurez, y la madurez significa ser capar de tener una visión de conjunto desapegada, cuyo interés primordial no son los resultados o los objetivos, sino la comprensión y la conciencia en el viaje hacia ellos.
Mientras estemos esperando, mantengamos positiva nuestra perspectiva y sano nuestro cuerpo. Tender a lo ordinario con dedicación extraordinaria. Poniendo nuestra atención en fortalecer nuestra sensación de bienestar, calmar y reencauzar la energía de la impaciencia y la agresividad hacia usos más positivos. Recordar que cualquier obstáculo que pudiéramos encontrar no es permanente; más bien, es la manera en que la vida nos estabiliza y nos lleva a un estado más centrado.
En retrospectiva, puede que descubramos que mucha de la energía que hemos usado para tratar de forzar los resultados, planear nuevas tácticas y buscar soluciones a los problemas, sólo ha servido para tener ocupada nuestra cabeza y llevarnos de vuelta a la primera “casilla” en otras palabras hemos creado más problemas, no menos. Ir por el camino nutriendo la consciencia de nosotros mismos y esperando pacientemente y con optimismo a que cambien las cosas. Cuando finalmente suceda, estaremos más que preparados para aceptar lo nuevo.
Sentarse en silencio ofrece la oportunidad para la reflexión, y se hace posible ver que, en realidad, la situación no es ni mala ni buena. La verdadera tarea es llegar a un punto en nuestro propio pensamiento que pueda desconectarse de cualquier juicio sobre nosotros mismos o sobre otros que hayamos podido estar albergando. La mejor manera de tomar distancia del huracán que nos rodea es sentarnos en silencio en su mismo centro.
Vivir realmente en sincronía con el flujo de la vida requiere consciencia de nosotros mismos y estar alertas a los ritmos del cambio. Cuando surja la oportunidad de tomarnos un respiro, asegúrate de sacarle todo el partido posible. Disfrutemos del descanso, pero recuerda no dormirte: todavía queda mucho por venir y exigirá toda nuestra atención cuando llegue.
Esperar es mirar el mundo, percibir que todo tiene un ritmo, es fortalecer el alma, no perderte en el abismo.
María Inés Troncoso
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