Como todos los mexicanos cumplidos, fui a pagar el impuesto predial la semana pasada y al llegar, aunque estuve ahí una hora antes de la hora de que abran, ya había una larga “cola” (fila) de personas formadas.
La persona antes de mí era un muchacho sucio, vestido estrafalariamente, con el cabello largo y teñido de varios tonos de castaño y rubio, con dos “bellos” parches de cinta negra, una sobre el labio y la otra sobre la ceja. Mi primera reacción fue de rechazo, quizá de asco y entonces me dije: ¿Qué te pasa, qué estás haciendo? Entonces repetí dentro de mí, “veo en ti a mi hermano en la Luz”, “sé quién eres y te reconozco”.
Y de pronto todo cambio: me sentí libre y ya no lo vi ni desagradable, ni sucio, ni extraño. Entonces comenté: Pero si está muy larga la “cola”, ¿cuántos seremos?
El chico me miró y dijo: guárdeme mi lugar, ahorita vuelvo. Y se fue hasta el principio.
En eso siguieron formándose otras personas y detrás de mí quedó una señora que se veía que tenía mucho miedo y angustia. Traía lentes oscuros y aunque iba muy bien vestida, se notaba su inquietud, pues había abotonado su saco mal y se lo hice notar. Ella sonrió y dijo que “había salido a la carrera”. El chico regreso y sonriente me dijo: usted es la número 46, yo el 45 eincluyó a la señora, diciéndole usted es la 47. Ella se retrajo detrás de mi y murmuró un “tenue” gracias y comprendí que su primera impresión, había sido similar a la mía.
Seguí platicando con el chico quien me contó que iba a pagar el predial de una señora que le rentaba un cuarto, porque ella estaba muy viejita y no podía caminar bien. Llevaba una carta poder, con firmas de dos vecinos, con sus respectivos números de Hacienda y direcciones, para identificación y entonces me preguntó: ¿Usted cree que me acepten?
-¿Por qué no? –le respondí.-
Pues porque… míreme –añadió y respondí desde mi corazón: -Yo te acepto –él sonrió y me dijo “gracias”.
Por fin entramos y aunque le tocaba a él pasar a la caja, tuvo que esperar porque iba a pagar con tarjeta de crédito. Resultó que el Sistema estaba muy lento en la computadora que me tocó y él termino primero y se esperó en la puerta.
Cuando llegué hasta la puerta, él me dijo: -Señora, su sonrisa vale un millón, gracias de nuevo – y se fue.
Y todo sucedió porque supe quien era, porque lo reconocí y lo acepté, aunque su apariencia lo disfrazaba. Era mi hermano en la Luz.
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