Cuando nos volvemos conscientes de nuestra espiritualidad, pasamos por diferentes procesos; uno de ellos es volvernos conscientes de nuestras emociones, pero ello puede derivar en volvernos nuestro más duro juez y muchas veces restringirnos de lo que en verdad sentimos, pasando por diferentes juicios pues, en general, se tiene la creencia de que los seres espirituales no se pueden/deben enojar, no pueden ser vulnerables, ni pasar por tristeza, pues erróneamente se ha desarrollado la falsa expectativa y casi obligación, de que un ser espiritual debe estar cargado de fe y confianza y mantenerse positivo todo el tiempo.
Ser positivos es una de las mayores cargas que se han impuesto casi como obligación a las personas interesadas en su espiritualidad o que se dedican a ello, sin embargo, no se es más espiritual por ser (falsamente) positivo todo el tiempo o por esconder el enojo y otras emociones.
La realidad es que, ser espiritual implica un contacto directo con TODAS nuestras emociones, reconocer lo que pasa en nuestro interior y, si el momento lo requiere, bajar a nuestros infiernos y enfrentar a nuestros demonios. Debes viajar a esa parte de tu interior que podría resultar obscura para encontrarte con tus miedos y vencerlos.
Tu obscuridad también es parte de ti y aprender a controlarla, implica permitir que se manifieste sin dañar a otros al hacerlo, pero también, evitar que te dañe por dejarla encerrada dentro de ti.
Permitirte ese encuentro con tu dolor, temores y lados “negativos”, encontrar la forma de exteriorizarlos sin dañar a otros, pero permitiéndote sacarlos para que no te dañen a ti (se vale llorar, gritar, escribirlo, etc.), encontrarte con tus lados más vulnerables y exteriorizarlos, te dará paz y te traerá más luz de la que podrías imaginar.
Porque, por increíble que parezca, conocer tu sombra y abrazarla hasta llegar a una tregua con ella, hacer las paces con tu TODO, aumentará tu luz.