El espíritu de un nuevo ser suele entrar en el cuerpo y salir de él a traves del chakra coronario, trabajando para abrir el chakra raíz y penetrar con las raíces en el plano físico. En esta fase, el chakra raíz parece un embudo muy estrecho, y el chakra coronario tiene el aspecto de un embudo muy ancho. Los otros chakras parecen pequeños recipientes con una línea estrecha de energía que conduce de vuelta al interior del cuerpo hasta llegar a la espina dorsal. El campo energético de un lactante, en general, es amorfo, deforme y tiene un color azulado grisáceo.
El proceso del lento despertar al mundo físico prosigue después del nacimiento. Los bebés duermen con frecuencia durante la lactancia porque su alma esta ocupando sus campos energéticos más elevados, permitiendo que los cuerpos físico y etéreo queden sueltos y así seguir realizando el trabajo de construcción del cuerpo.
En las fases iniciales de la vida, el niño tiene la tarea de ir acostumbrándose a las limitaciones de la sensación física y al mundo en tres dimensiones. En esta etapa el bebé aun comparte aura con su madre; cuando el bebé centra su atención en un objeto en el plano físico, el aura se tensa y abrillanta, especialmente alrededor de la cabeza. Luego, cuando su atención cede, el color del aura se desvanece; sin embargo, retiene parte de la experiencia en forma de color en el aura. Cada experiencia añade un poco de color al aura y aumenta su individualidad. El trabajo de construcción del aura también está en marcha y continúa de este modo a lo largo de toda la vida, de manera que permite formar la experiencia vital única de cada ser.
Después del nacimiento se mantiene una fuerte conexión energética entre la madre y el hijo, a la que a veces se denomina plasma germinal. Esta conexión tiene su momento más fuerte en el alumbramiento, y se mantiene durante toda la vida, aunque se va haciendo menos pronunciada a medida que crece el niño.
Este cordón umbilical psíquico es la conexión a través de la cual los niños se mantienen en contacto con sus padres en el transcurso de los años. En muchas ocasiones, uno de los dos tiene conciencia de las experiencias traumáticas por las que pasa el otro, aunque estén separados a gran distancia en el nivel físico. El campo del niño está totalmente abierto y es vulnerable al ambiente en el que vive, detectando todo lo que sucede a sus progenitores.
Todo los chakras del niño están abiertos en el sentido de que no cuentan con una película protectora que mantenga al margen las influencias psíquicas que llegan hasta él. Ello hace que el niño sea muy vulnerable e impresionable. Muchas veces es posible ver cómo un niño pequeño se sienta y acurruca en el regazo de su madre o su padre. Está siendo protegido de las influencias exteriores por el campo de su progenitor.
Recuerda que los chakras del bebé no están completamente desarrollados y por tanto, no metabolizan todas las energías del campo energético universal que necesita para apoyar su vida. De ahí la importancia de la lactancia materna, ya que además del alimento físico, la lactancia proporciona al niño energía etérea; en el amamantamiento hay un estrecho acercamiento entre las energías de la madre y el niño; para empezar, en cada pezón de la madre, hay un pequeño chakra que le aporta energía al bebé, además de que por la posición, el bebé se acerca al chakra corazón de su mamá, además de sentir los chakras de las palmas de sus manos y otros tantos intercambios energéticos que se viven en ese momento y alimentan al bebé física y espiritualmente.
Alrededor de los siete años de edad, sobre las aberturas de los chakras del menor, se forma una pantalla protectora que filtra muchas de las influencias del campo energético universal. De este modo, el niño pierde su anterior vulnerabilidad y puede comenzar el desprendimiento del aura compartida con su madre, formando así la propia; es en esta fase que se puede observar el crecimiento e individualización del niño.
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