El monje zen había pasado diez años meditando en su cueva, intentado descubrir el camino de la Verdad. Una tarde, mientras oraba, se le acercó un mono.
El monje intentó concentrarse. El mono, sin embargo, se le acercó despacito y le quitó la sandalia.
-¡Maldito mono! –dijo el monje-. ¿por qué has venido a perturbar mis oraciones?
-Tengo hambre –dijo el mono.
-¡Largo de aquí! ¡Estorbas mi comunicación con Dios!
-¿Cómo quieres hablar con Dios, si no eres capaz de comunicarte con los más humildes, como yo? –dijo el mono.
Y el monje, avergonzado, le pidió disculpas.
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