Cargado de honores y medallas, con paso firme y mirada orgullosa, el guerrero samurai se detuvo ante el maestro, puso la mano izquierda sobre su pecho y con la derecha rodeó suavemente el puño de su sable.
Juntó los talones, hizo una venia como gesto de un respetuoso saludo, y dirigiéndose al anciano le preguntó:
-Maestro, enséñame la diferencia entre el cielo y el infierno.
El maestro lo miró despectivamente y, después de un largo silencio, le repuso al samurai:
-Enseñarte a ti, que eres superfluo y arrogante, que crees que vales por la fuerza de tu espada
o el tamaño de tu bolsa, es inútil. No sé si tu cabezota es capaz de entender las palabras más simples.
El guerrero tomó una bocanada de aire. Conteniendo su ira, sujetó con fuerza el mango de su sable y, con voz fuerte y mirada altiva, respondió:
-Maestro, cuida tu lengua, muchos por menos han perdido su cabeza.
El viejo sonrió sereno y con palabras suaves añadió:
-Ese es el infierno.
El samurai, conmovido, se inclinó con humildad y con voz honesta y profunda dijo:
-Maestro, muchas gracias, tus palabras tocaron mi alma. La rabia, el miedo y la arrogancia son mi infierno.
El maestro lo miró fijamente y le dijo:
-Ese es el cielo.
No son las palabras de los otros las que te envían al cielo o al infierno, es el significado que les das.Juntó los talones, hizo una venia como gesto de un respetuoso saludo, y dirigiéndose al anciano le preguntó:
-Maestro, enséñame la diferencia entre el cielo y el infierno.
El maestro lo miró despectivamente y, después de un largo silencio, le repuso al samurai:
-Enseñarte a ti, que eres superfluo y arrogante, que crees que vales por la fuerza de tu espada
o el tamaño de tu bolsa, es inútil. No sé si tu cabezota es capaz de entender las palabras más simples.
El guerrero tomó una bocanada de aire. Conteniendo su ira, sujetó con fuerza el mango de su sable y, con voz fuerte y mirada altiva, respondió:
-Maestro, cuida tu lengua, muchos por menos han perdido su cabeza.
El viejo sonrió sereno y con palabras suaves añadió:
-Ese es el infierno.
El samurai, conmovido, se inclinó con humildad y con voz honesta y profunda dijo:
-Maestro, muchas gracias, tus palabras tocaron mi alma. La rabia, el miedo y la arrogancia son mi infierno.
El maestro lo miró fijamente y le dijo:
-Ese es el cielo.
Las palabras pueden contener emociones, pero tu decides si las aceptas y cuanta importancia tienen para ti. Cuando eliges la rabia, la arrogancia o el miedo, estas escogiendo el dolor, el juicio y el aislamiento, tanto para ti como para quienes te rodean.
Nuestros maestros y nuestras lecciones se encuentran con frecuencia en las personas o situaciones más inesperadas.
La persona más difícil o la situación más adversa pueden ser los maestros que te recuerden que en este instante puedes elegir estar en el cielo o en el infierno.
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